martes, 14 de junio de 2016

MI PRIMER MAESTRO

 Mediaba septiembre de 1968 cuando aprovechando el comienzo del nuevo curso me dijeron en casa que tenía que ir a la escuela, y dicho y hecho, yo que entonces era obediente me vi de un día para otro yendo y viniendo del cercano edificio del Ayuntamiento que acogía en su planta baja una escuela de niños y otra de niñas. Según he oído desde entonces, "de favor". El estricto instructor vivía con su mujer, doña Angélica, en la Casa del Maestro, pared por medio de la de mis abuelos, donde cinco años y bastantes meses antes vine al mundo. Carecía pues de los seis años reglamentarios para acceder a la enseñanza, pero gracias a la complicidad entre vecinos, el veterano docente hizo una excepción.

 La rigidez del personaje no era tal. Menudo y de pocas "chichas" a duras penas conseguía imponerse a una clase unitaria que rondaba los cincuenta y tantos alumnos de entre los cinco años de los más pequeños a los quince de los mayores.

 Pristilo Prieto Moreno, para todos don Pristilo, había llegado a Moreruela pocos años antes, no sé si agotado de una vida dura o superado por una formación pobre. Fuera lo que fuera transitaba por el postrero año de su carrera, al acabar el curso en junio se jubilaría, y si sus aptitudes fueron muy cuestionadas, las actitudes no lo fueron menos, ambas muy alejadas de las de los maestros jóvenes que le sucedieron.

 A pesar de mi corta edad, guardo muchos recuerdos de aquel año, tal vez el más pintoresco de mi trayectoria escolar. En parte por la novedad que para mí supuso la escuela, sí, pero también por lo que el personaje y aquella escuela generaban: La carrera de la mañana para llegar, no siempre a tiempo; la leche en polvo que nos daban en el recreo, ¡qué tiempos! El porte severo del maestro, enfundado en un guardapolvos descolorido y con una correa menguada en la mano o el final de la jornada cantando la tabla de multiplicar, número a número, antes de salir de clase en ruidosa estampida... Son tantas las que se vienen a mi memoria que más que un curso pareciese una vida.
 Solo con el tiempo fui consciente de que estaba siendo testigo del agotamiento de una generación y de una época, al punto de ser remplazadas por las siguientes.



Imagen:
Artículo de don Pristilo publicado en el periódico zamorano "La Tarde: diario de izquierdas" el 15 de julio de1936 (Página 2)

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